En su testamento, fechado en Cusco el 18 de setiembre de 1589, el capitán de Francisco Pizarro dejó abundante información. Esta es la primera parte que se entrega del documento firmado por el conquistador Mancio Serra de Leguizamón. Ver la segunda parte en italosifuentes.com
Investigación Ítalo Sifuentes Alemán
Tal como informa la Real Academia de la Historia, el conquistador Mancio Serra de Leguizamón es recordado por haber recibido “como parte del botín el impresionante disco solar de oro que estaba en el templo de Coricancha en Cusco”, y según la propia declaración de este personaje, “lo perdió jugando a las cartas la misma noche”, dando lugar al nacimiento de la expresión “se juega el sol antes de que amanezca”.
El mencionado botín fue el que se repartió en 1533 a los conquistadores tras la caída de Atahualpa en Cajamarca y la toma de Cusco. Era este personaje no solo uno de los capitanes de la tropa de Francisco Pizarro, sino uno de los que logró detener a dicho emperador del Tahuantinsuyo.
Dicha institución española también informa que Mancio Serra de Leguizamón se casó con la hija de Huayna Cápac, Beatriz Huaylas, “con quien convivió varios años y le dio un hijo, Juan Serra. Recibió una gran encomienda con muchos indios en el valle de Cuzco. Por su dinero y por ser uno de los primeros conquistadores adquirió gran prestigio en la ciudad, siendo uno de los más representativos personajes de la pequeña aristocracia colonial. Su fidelidad a Pizarro y a los virreyes durante las guerras civiles, le aumentó el prestigio y con el tiempo casi nada se hacía en Cuzco o en su región sin consultarle”.
En su testamento, Mancio Serra de Leguizamón consignó esta información: “declaro que en el tiempo de mi mocedad yo hube por mi hijo natural a don Juan Serra de Leguizamón, difunto, que yo lo hube en doña Beatriz Manco Cápac, hija mayor de Huayna Cápac, rey que fue de estos reinos y le casé y gasté con él mi hacienda”.
También manifestó: “Yo el capitán Mancio Serra de Leguizamón, vecino de esta ciudad del Cuzco, cabeza de estos reinos del Perú, y el primero que entró en ella al tiempo que descubrimos y conquistamos y poblamos este dicho reino, como es notorio: Estando como estoy agravado de mucha enfermedad en mi cama y en mi seso, juicio y entendimiento natural y cumplida memoria y temiendo la muerte por ser cosa tan natural, que viene cuando no pensamos, otorgo y conozco que hago y ordeno mi testamento, última y postrimera voluntad”.
Mancio Serra de Leguizamón nació en España a fines del siglo XV) y murió en Cusco en 1589. “Murió con más de noventa años. Su longevidad le convirtió en el último superviviente de los primeros expedicionarios españoles llegados a Perú, por ello era referencia obligada en litigios y declaraciones sobre cuestiones del pasado”. Su testamento está fechado el 18 de setiembre de 1589. Por contener una serie de revelaciones, acá compartimos la primera parte del extenso documento:
Declaro que hace muchos años que yo he deseado tener orden de advertir a la católica real Majestad del Rey don Felipe, nuestro señor, viendo cuán católico y cristianísimo que es y cuán celoso del servicio de Dios nuestro señor, por lo que toca al descargo de mi ánima.
Declaro haber yo sido mucha parte en el descubrimiento y conquista y población de estos reinos, cuando los quitamos a los que eran incas que los poseían y regían como suyos, y los pusimos debajo de la real corona.
Hallamos estos reinos de tal manera que en todos ellos no había un ladrón, ni hombre vicioso, ni holgazán, ni había mujer adúltera ni mala, ni se permitía entre ellos, ni gente mala vivía en lo moral y que los hombres tenían sus ocupaciones honestas y provechosas.
Las tierras y montes y minas y pastos y caza y maderas y todo género de aprovechamientos estaba gobernado y repartido de suerte que cada uno conocía y tenía su hacienda, sin que otro ninguno se la ocupase ni tomase, ni sobre ello había pleitos.
Las cosas de la guerra, aunque eran muchas, no impedían a las del comercio ni éstas a las cosas de labranza y cultivar de las tierras ni otra cosa alguna; y que, en todo, desde lo mayor hasta lo más menudo, tenía su orden y concierto con mucho asiento.
Los Incas eran temidos y obedecidos y respetados y acatados de sus súbditos como a gente muy capaz y de mucho gobierno; y que lo mismo eran sus gobernadores y capitanes; y como en estos hallamos la fuerza y el mando y la resistencia, para poderlos sujetar y oprimir al servicio de Dios Nuestro Señor y quitarles su tierra y ponerla debajo la real corona, fue necesario quitamos totalmente el poder y mando y los bienes, como se los quitaron a fuerza de armas: y que mediante esto y haberlo permitido Dios Nuestro Señor, nos fue posible sujetar este reino de tanta multitud de gente y riqueza a que de señores los hicimos siervos, tan sujetos como es notorio. Siendo nosotros tan pequeño número de españoles como entramos conquistándolos.
Que entienda su Majestad católica que el intento que me mueve a hacer esta relación es por el descargo de mi conciencia y por hallarme culpado en ello; pues habemos convertido gente de tanto gobierno como estos naturales y tan quitados de cometer delitos, ni excesos ni exorbitancias, así como hombres como mujeres, tanto que el que tenía cien mil pesos de oro y de plata en su casa, y más indios, la dejaba abierta, puesta una escoba o un palo pequeño atravesado en la puerta para seña que no estaba allí su dueño y con esto, según su costumbre, no podía entrar nadie dentro, ni tomar cosa de lo que allí había. Cuando ellos vieron que nosotros poníamos puertas y llaves en nuestras casas, entendieron que era de miedo que teníamos a ellos que no nos matasen, pero no porque creyesen que era posible que ninguno hurtase, ni tomase a otro su hacienda. Cuando vieron que había entre nosotros ladrones y hombres que incitaban a pecar a sus mujeres e hijas, nos tuvieron en poco; y habiendo venido este reino a tal rotura, en ofensa de Dios, entre los naturales por el mal ejemplo que les habemos dado en todo, que aquel extremo de no hacer cosa mala, se ha convertido en que hoy ninguna o pocas se hacen buenas, y requiere remedio y esto toca a su Majestad, y en cuanto no le pusiere, corre sobre su real conciencia y mía y de los que descubrimos y poblamos.
Aquellos que eran Reyes y señores y tan obedecidos, tan ricos y de tanto gobierno, como eran los incas, han venido ellos y sus sucesores a que su necesidad y pobreza es tanta, que ellos son los más pobres del reino: y no solo esto; pero aun los quieren obligar a que nos sirvan en cosas tan bajas como es cargar y llevar cargas de unas puertas a otras, a que limpien y barran nuestras casas y lleven la basura por esas calles cargados a los muladares y otras cosas más bajas. Y para excusarlo, toman por remedio que viendo que el virrey don Francisco de Toledo hizo una ordenanza, que los naturales que tuviesen oficio público no sirviesen en estos oficios personales, se han puesto estos señores incas a aprender a ser zapateros y cosas semejantes; y lo usan porque mediante esto, los excusan del servicio, que tiene esto más fuerza que el ser señores libres; y que son muchas cosas de estas las que se permiten; y es bien que su Majestad lo entienda y lo remedie por descargo de su conciencia y de los que lo descubrimos y poblamos y dimos causa a ello.
Advierto a su Majestad católica que no soy parte para más remedio del daño; y con esto suplico a mi Dios me perdone mi culpa, que es la ocasión de ello yo confieso que la tuve y tengo y me muevo a decirlo, por ver que soy el posterior que muero de todos los descubridores y conquistadores, que como es notorio, no hay ninguno, sino yo en este reino ni fuera de él de todos los que a ellos venimos; y pues en esto entiendo que he descargado mi conciencia, empiezo mi testamento en esta manera: Primeramente ofrezco mi ánima a Dios Nuestro Señor que la crio y remedió por su preciosa sangre y pasión, y mi cuerpo mando a la tierra donde fue formado.
Ante el escribano público y testigos infrascritos, en la ciudad del Cuzco, en las casas de mi morada, echado en mi cama, en diez y ocho días del mes de septiembre de mil quinientos y ochenta y nueve años, a lo cual fueron presentes por testigos D. Francisco Olmos, Gaspar de Prado y Andrés Martel y Bernardino de Lozada y Francisco Álvarez de Vargas y lo firmó el otorgante, al cual yo el escribano conozco, y lo firmaron todos los testigos – – Mancio Serra de Leguizamón – – Francisco de Olmos – – Bernardino de Lozada – – Andrés Martel – – Francisco Álvarez de Vargas – – Gaspar de Prado – – Ante mí, Jerónimo Sánchez de Quezada”.